En su búsqueda de Dios, el hombre piensa demasiado, reflexiona demasiado, habla demasiado. Incluso cuando contempla la creación, está todo el tiempo pensando, hablando (consigo mismo o con los demás), reflexionando, analizando, filosofando. Palabras, palabras, palabras.... Ruido, ruido, ruido....
Guarda silencio y mira. Sencillamente, mira: una estrella, una flor, una hoja marchita, un pájaro, una piedra.... Mira. Escucha. Huele. Toca. Saborea.
El discípulo se quejaba constantemente
a su maestro Zen: "No haces más que ocultarme
el secreto último del Zen". Y se resistía
a creer las consiguientes negativas del Maestro.
Un día, el Maestro se lo llevó a pasear
con él por el monte. Mientras paseaban,
oyeron cantar a un pájaro.
"¿Has oido el canto de ese pájaro?
le preguntó el maestro.
"Si", respondió el discípulo.
"Bien; ahora ya sabes que no te he estado
ocultando nada".
"Si", asintió el discípulo.
a su maestro Zen: "No haces más que ocultarme
el secreto último del Zen". Y se resistía
a creer las consiguientes negativas del Maestro.
Un día, el Maestro se lo llevó a pasear
con él por el monte. Mientras paseaban,
oyeron cantar a un pájaro.
"¿Has oido el canto de ese pájaro?
le preguntó el maestro.
"Si", respondió el discípulo.
"Bien; ahora ya sabes que no te he estado
ocultando nada".
"Si", asintió el discípulo.
¿Alguna vez tu corazón se ha llenado de muda admiración cuando has oído el canto de un pájaro?
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